Las clases de baile
05.10.2024

Jon estaba tranquilo en el sofá, inmerso en la lectura de un libro de historia, cuando la puerta se abrió y entró Alba con esa sonrisa que siempre le hacía presagiar algo. Sabía que cuando ella ponía esa cara, nada bueno podía salir de allí, al menos no para su apacible rutina.
—Hola, mi tornado —le saludó con una sonrisa, cerrando el libro. Alba, radiante, se acercó a él, dejándole un beso que le dejó sin aliento.
—Tengo una sorpresa —le dijo, con ese brillo travieso en los ojos verdes.
—¿Qué has hecho esta vez? —respondió Jon, ya sospechando.
—Nos he apuntado a clases de baile —soltó Alba, como quien dice que ha comprado el pan.
—¿Que nos has apuntado a qué? —repitió Jon, confuso.
—Sí, a clases de baile. Empiezan hoy —dijo mientras le daba otro beso en los labios, rápido pero prometedor.
Jon abrió la boca para protestar, pero Alba lo selló con un tercer beso, más profundo esta vez, y antes de que pudiera articular alguna excusa, ya estaban en un frenesí de caricias. Seis besos después, Jon ya estaba buscando en el armario sus zapatillas más viejas. Sabía que era inútil resistirse.
Llegaron a la academia de baile, donde los monitores, una joven pareja encantadora, les dieron la bienvenida con entusiasmo. Jon, todavía receloso, miró a Alba de reojo, pero no pudo evitar sonreír al verla tan emocionada.
—Una cosa —dijo Jon a los profesores, levantando un dedo—. Yo solo bailo con Alba.
Los monitores intercambiaron una mirada divertida y asintieron. Estaba claro que Jon había puesto sus condiciones.
Las primeras clases fueron, digamos, un reto para Jon. Alba, por supuesto, parecía flotar en la pista, mientras él tropezaba con sus propios pies. Pero con el tiempo, y muchas risas por parte de Alba, fue mejorando. Eso sí, algo en el contacto constante con Alba durante las clases le despertaba una excitación incontrolable. Sentir sus manos en su cintura, sus dedos entrelazados y esos roces "accidentales" le llevaban a un punto en el que apenas podía esperar para llegar a casa.
Y esa noche no fue diferente. En cuanto cruzaron la puerta de casa, Jon no pudo contenerse. Agarró a Alba por la cintura y la empujó contra la pared, devorando su boca con urgencia. Alba rió entre besos, encantada de ver a Jon tan desesperado. Le arrancó la camiseta sin esfuerzo, sus manos recorriendo su pecho mientras él bajaba las suyas por sus curvas, aferrándose a sus caderas.
—¿Has estado pensando en esto todo el rato, eh? —le susurró Alba, mordiendo su labio inferior.
—Tú y tus malditos bailes... —gruñó Jon, sin poder resistirse.
Ella le miró con esos ojos verdes brillantes, y le dedicó una sonrisa traviesa. Jon le levantó la falda, deslizándole las bragas por las piernas con manos temblorosas mientras ella ya buscaba desesperadamente el botón de su pantalón.
En un abrir y cerrar de ojos, estaban en el sofá. Alba, desnuda bajo él, dejó escapar un gemido cuando Jon bajó la cabeza hasta sus pechos. Le encantaba sentir sus labios allí, cómo él se entretenía en acariciarlos con la lengua, saboreándolos como si fueran un manjar. Jon adoraba sus tetas, las tenía perfectas, redondas, suaves... y siempre sabían exactamente cómo encenderlo.
—Joder, Alba... —gimió Jon, mientras su boca descendía por su abdomen, besando cada centímetro de su piel.
—No te hagas de rogar... —le pidió ella, con la respiración entrecortada.
Jon se perdió entre sus piernas, su lengua moviéndose con habilidad, disfrutando de cada gemido que Alba soltaba entre jadeos. La tensión entre ambos crecía, y cuando ella se arqueó bajo él, saboreando cada pulsación de placer, Jon supo que no iba a durar mucho más.
Subió de nuevo, encontrándose con los labios de Alba. Ella lo rodeó con las piernas, tirando de él con urgencia hasta que él se deslizó dentro de ella con una facilidad que les arrancó a ambos un gemido simultáneo. Jon cerró los ojos, concentrándose en la sensación de estar dentro de ella, en cómo su cuerpo se adaptaba al suyo de manera perfecta. Cada movimiento era lento al principio, pero pronto se convirtió en un ritmo más rápido, más desesperado.
—Más rápido... —gimió Alba, apretando sus piernas alrededor de su cintura.
Jon obedeció, perdiéndose en el placer que sentía al moverse dentro de ella, sus caderas chocando con las de Alba, sus manos aferradas a sus caderas. No había nada en el mundo que le gustara más que el sonido de los gemidos de Alba, el modo en que se retorcía bajo él, cómo le pedía más y más.
No tardaron en alcanzar el clímax. Alba fue la primera, su cuerpo estremeciéndose bajo Jon mientras él la seguía segundos después, hundiéndose en ella con una última embestida profunda.
Después de unos momentos, Jon se dejó caer junto a Alba en el sofá, ambos respirando con dificultad, el sudor perlándoles la piel. Ella se giró para besarle suavemente en la mejilla, su mano acariciando su pecho.
—¿Ves? Sabía que te encantarían las clases de baile —bromeó Alba, aún con una sonrisa satisfecha.
Jon soltó una carcajada, agotado pero feliz.
—Si cada clase termina así, creo que podría acostumbrarme.
Se quedaron allí, abrazados, disfrutando del calor de sus cuerpos, remoloneando antes de tener que levantarse para preparar la cena. Pero, como siempre, lo que más disfrutaban no era la comida, ni siquiera las clases de baile. Era ese momento después, el tiempo que compartían, donde las palabras sobraban y solo quedaban los besos, las caricias y el amor que nunca desapareció en esos 18 años.